jueves, 25 de febrero de 2010

Nyman








Tras apagar las luces y decir por megafonía que estaba prohibido grabar, la Michael Nyman Band se planta en el escenario seguida del compositor que da nombre a la banda.

Les dan el tono con un par de notas de piano, soplan sus vientos brevemente comprobando que lo han cogido, lo mismo pasa con la familia de violines… y ahí se arrancan con la pieza más famosa de El contrato del dibujante, ‘Chasing Sheep is Best Left to Shepherds’.


Es la primera vez que voy a un concierto de Michael Nyman, así que supongo que si hay una segunda quizás no me pase (…o sí…), pero la cosa es que nada más sonar los primeros compases noté cómo se me ponían los pelos de punta. Supongo que sería consecuencia de la emoción de oír en directo y de la mano de aquellos que mejor podían tocarlas, esas notas que tantas veces había escuchado en mi cadena de música.

Una vez controlado el escalofrío no me canso de escuchar esos ritmos que se repiten una y otra vez de canciones que se sabe ya uno de memoria. En las más alegres mis dedos siguen el ritmo, busco con los ojos a determinado instrumento y sonrío cuando uno de los saxofonistas, ocioso en ese momento, se deja llevar por las notas que tocan sus compañeros y baila, o mejor dicho, se balancea al ritmo de la música sobre su silla.

Van pasando las canciones a una velocidad de vértigo y para cuando queremos darnos cuenta ha pasado la primera hora de concierto, momento en el que hacen una pausa de veinte minutos. En la reanudación tendremos a David McAlmont como solista de unas canciones que para mi gusto no pegan ni con cola con la música de Nyman de fondo. La cosa es que el hombre este tiene buena voz y hasta canta bien aunque abusa del falsete. Pero quizás sonaría mejor en otro contexto y no en este. Sea como sea, el espectáculo está así servido, así que seguimos escuchando a la banda de fondo, en ocasiones el director sólo al piano, mientras el cantante va pegando gritito tras gritito.

Una pena que para ser mi primer concierto de Nyman la segunda mitad haya sido algo floja, pero en cualquier caso me ha merecido la pena. Claro que no parece que piense lo mismo el crítico de El País, que da un repaso a Nyman, a mi juicio injustificado. Tal vez este señor está acostumbrado a que su periódico le pague todos los conciertos habidos y por haber y esté harto de los conciertos del compositor de El Piano. Pero su crítica hace aguas precisamente al salirse del contexto del concierto. Si has de criticar un concierto no puedes basarte en lo que hayas escuchado en otros. Cierto es que si siempre toca las mismas canciones puede hacerse pesado a alguien que no se pierde uno. Me encantaría ser uno de esos… Pero me consta que no es así, que el repertorio varía, aunque sea un poco. Y en cualquier caso, Nyman sabrá: con la obra tan extensa que tiene, si elige estas piezas para sus conciertos por algo será. Y a mi me encantan…
Curiosamente el crítico este elogia la parte más floja del espectáculo. Pero vamos, que los críticos son críticos, ya me pasó hace muchos años leyendo la crítica cinematográfica de Metrópoli, en la que uno le daba más puntos a ‘En la cama con Madonna’ que a ‘Cyrano de Bergerac’…

En cualquier caso el tono de este tipo me parece insolente. Me apunto su nombre para no leer nada suyo en el futuro, para leer gilipolleces hay cosas por ahí bastante más amenas.

En cuanto al teatro donde vimos el concierto (Teatro Circo Price), la verdad es que me decepcionó. Para empezar, el precio de las entradas me pareció muy elevado. Pagamos 45 euros por una entrada de platea. Cierto es que se supone que son las mejores, pero qué carajo, para ver a Nyman pensamos que merecería la pena… pues no, en verdad os digo que para ver un concierto de estas características, sentadito, no merece la pena pagar el precio que te piden en platea por una silla cutre, más cómoda al final de lo que parecía inicialmente, pero con respaldo blandurrio (cuando te sientas la primera vez no sabes si te va a sujetar la espalda o si vas a terminar en las rodillas del que tienes detrás…). Dada la estructura del teatro, circular, me pareció que podría merecer la pena para otra ocasión comprar entradas de tribuna, eso sí algo alejadas del escenario para no terminar con tortículis. Aunque sólo te ahorras cinco euros. En fin, que los precios eran caros. El crítico este achaca a lo repetitivo del repertorio de Nyman el que el teatro no se llenara. Yo más bien apuntaría a los precios, pero claro, un crítico quizás no deba morder alguna de las manos que le alimentan…

Para colmo de males, compramos las entradas por entradas.com. Como teníamos que comprar unas cuantas y no sabíamos si se iban a agotar de golpe, optamos por comprarlas por internet. Cuando vi los gastos de gestión, tres euros, pensaba que eran los gastos por las seis entradas. Hasta que llego a la página de confirmación y veo que me están cobrando cuarenta y ocho euros por cada una. Vamos, que los gastos de gestión eran nada más y nada menos que tres euros por entrada. Un atraco, a robar a Sierra Morena. Lo tendré en cuenta para la próxima, me parece que hay alguien viviendo del cuento en alguna página web…

Y para rematarlo, ni siquiera había un mísero libreto con la presentación de la orquesta y el programa del concierto. En resumen, el teatro, decepcionante.

Y a pesar de todo, salí encantado con la Michael Nyman Band… a ver si me entero a tiempo de cuando es el próximo concierto en Madrid.





lunes, 15 de febrero de 2010

Doug Fieger, descanse en paz.

Ayer nos dejó Doug Fieger, el solista del grupo The Knack. Quizás su nombre o el del grupo no os diga mucho a la mayoría de vosotros, si es el caso este video puede refrescaros la memoria:









La canción, My Sharona, es una de mis favoritas. Y el solo de guitarra, tiene tanto de espectacular como de pegadizo. A ver si soy capaz de editarla y me la pongo en el móvil como tono...

En cuanto al grupo, dicen que su primer LP, Get The Knack, estaba bien, en parte por esta pedazo de canción. E-Mule dirá...

El resto de discos quizás no merezcan la pena, así que The Knack bien puede entrar en esa eterna lista de grupos que consiguieron su éxito gracias a un tema y luego vivieron de bolos y las rentas... o cayeron en el olvido.

jueves, 11 de febrero de 2010

Políticos desastrosos / Ni un duro a la SGAE

Por una parte tenemos en El Mundo a un famoso político de nuestro país, que ha demostrado ser un desastre (o que podría haber provocado uno...). Espero que se aplique en su trabajo, porque como bombero no tiene precio...



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Por otra tenemos en El País la ene-ésima noticia sobre cobros de la SGAE. Me encanta eso de que en algunos lugares comiencen a retirar música protegida. Sé que es casi utópico, pero... ¿os habéis planteado qué ocurriría si esto comenzara a hacerse a mayor escala? Y no sólo en los recintos deportivos, sino en todo lugar en el que la 'difusión pública de contenidos' no resulta parte del negocio. Me encantaría verlo. Eso sí, no me hago ilusiones. Por otra parte, si fuéramos capaces de hacer esto, que no se preocupen los pobres autores: seguro que saldría algún decreto en su defensa y tendrían asignado un canon por la no copia de sus obras


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miércoles, 10 de febrero de 2010

Tanto pañuelo...





Pues sí, me hace gracia esta noticia de El Mundo. Será cruel, sí, y lo siento por la novia. Pero para alguien de una cultura tan diferente, eso de concertar matrimonios le resulta, cuanto menos, chocante. Vale, que le engañaron fotos de la hermana... Pues mira, si la hubiera visto antes sin pañuelo a lo mejor se había dado cuenta de algo, ¿no?


Puto pañuelo...



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martes, 9 de febrero de 2010

La banda del bastón

Manda narices, menuda historia. Es más propia de una película de humor negro que de la vida real.


Reuters




Por cierto, de mayor quiero una pensión como la de estos abueletes. Madre mía, para ahorrar 2,5 millones de euros ¿en qué hay que trabajar?

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lunes, 8 de febrero de 2010

Beautiful boy

Decía Lennon que la vida es lo que te sucede mientras estás ocupado haciendo otros planes. En ocasiones es así, quizás con más frecuencia de lo que pensamos, básicamente porque alrededor de ella hay siempre millones de variables que no controlamos. Unas veces esas variables tienen poca relevancia, otras no tan poca. Pueden ser golpes de suerte, pueden dejarnos sin aire, pueden pasar inadvertidas o marcarnos para siempre.

Pero aunque fuéramos capaces de construir una gran fórmula con todas esas variables, al final lo importante de la ecuación de tu vida eres tú, la constante, lo único que conoces con certeza en todo ese álgebra existencial.

Así que ten cuidado, procura no poner ceros en el divisor y elimina todas las variables que puedas. Escribe la constante con letras mayúsculas, que no quede abrumada por las circunstancias con forma de equis cubo más coseno de alfa, que tu vida seas tú y manda al carajo al cubo y a alfa.

‘Every day in every way, It's getting better and better’




sábado, 6 de febrero de 2010

Ya decía yo...






...que las lágrimas no podían ser de cocodrilo... si el cocodrilo no es capaz ni siquiera de simular que llora. Por otra parte, honesto él.

Así nos queda todo un poco más claro. Aparte del estado opresor israelí, bla, bla, bla. La sangre es sangre al fin y al cabo. Y más si lo es de civiles.

Al final, como decía ese secretario del Beatriz Galindo con un ojo morado, 'Señora, cada uno tiene lo que se merece...'.

viernes, 5 de febrero de 2010

Lágrimas de cocodrilo





Según publica hoy El Mundo, Hamas se disculpa por sus daños colaterales. Es curioso que una organización para-o-militar-o-terrorista o como quiera denominarse, que se ha dedicado entre otras cosas a poner bombas en mercados, discotecas o autobuses se disculpe ahora por disparar cohetes que tienen menos puntería que una escopeta de feria hacia supuestos objetivos militares matando o hiriendo en la mayoría de los casos a civiles.


Esto me recuerda a cuando ETA acusaba a algún padre-objetivo de refugiarse en sus hijos al llevarles por la mañana al colegio. 'Claro, nosotros no queríamos matar al niño, pero si se empeña en protegerse metiéndole en el coche, ¿qué le vamos a hacer?...'

miércoles, 3 de febrero de 2010

...y cuatro noches.

A la mañana siguiente nos levantamos para ir a la zona de Westminster, no sin antes pasar por el comedor y meternos un pedazo de desayuno inglés de esos que quitan el hipo. Huevos fritos, patatas fritas, huevos revueltos (que llevaban algo extra, vete tú a saber si era nata o algo así, y estaban riquísimos), algo a lo que llamaban jamón y que parecía beicon frito, una especie de empanadillas de algo verde, la verdad, algo grasientas, champiñones, judías (o beans, como las llaman ellos, con una pinta estupenda y que me quedé con ganas de probarlas, pero claro, cualquiera se mete un plato de alubias a las ocho de la mañana y pretende salir a patear Londres sin contar con los efectos colaterales de las susodichas, que no solo incluyen en su repertorio el trombón mayor de la filarmónica de la ciudad…), y unas salchichas blancas ligeramente picantes espectaculares. Todo esto además de algo de queso, jamón York, cereales, bollería, tostadas, zumo, café, té… hasta Nutella tenían. Así que viendo todo eso uno no puede evitar acordarse de Nacho: en Francia nos poníamos morados, pero a base del tradicional desayuno continental. ¡Con este habría flipado!


Con la barriga llena nos ponemos en marcha. No sé a cuento de qué, pero me viene a la cabeza una serie de televisión con la que me partía de risa cuando tenía unos doce años que iba sobre un tipo esperpéntico llamado Reginald Perrin. Debí ver alguna alusión a Reggy Perrin y lo anoté en mi cuaderno, aunque en el momento de pasar estas notas no recuerdo qué fue en concreto. En cualquier caso, a ver si me acuerdo de buscar esa serie en internet (que en inglés era 'The fall and raise of Reginald Perrin').


Camino de nuestro destino de hoy pasamos por Parliament Street, que a poco inglés que sepas te puedes hacer una idea de a dónde conduce. Durante el paseo vemos los preparativos de un evento que están organizando (hay vallas en las aceras, los edificios están decorados y están instalando cámaras de televisión). Continuando hacia el parlamento pasamos por delante de la Guards House, con sus guardias a caballo, y de la famosa Downing Street (cerrada a cal y canto a día de hoy). Como si nos hubiéramos coordinado, cuando estamos a un paso de la torre de San Esteban oímos repicar al Big Ben (María José no se enteró, se lo tuve que decir yo…).


Continuamos hacia Buckingham Palace, donde queremos llegar a tiempo para presenciar el famoso cambio de guardia. Para ello nos dirigimos hacia la residencia de Su Majestad bordeando St. Jame’s Park, un parque plagado de pájaros de varios tipos, palomas… y ardillas. Estas son la caña, están tan acostumbradas a la gente que casi les falta decirte ‘ay, payo, dame argo’, pero in english.


De camino al palacio oímos, en la acera de enfrente, tambores y gaitas al lado de unos soldados que están formando, así que decidimos cruzar para ver de qué se trata… lo que supusimos que era el inicio del cambio de guardia en el Guards Museum (una ceremonia de la que había oído hablar toda la vida y que me pareció bastante ridícula), y que finaliza en el propio palacio (la policía corta y tráfico para permitir a los soldaditos desfilar hasta el mismo).


Seguimos a la comitiva hacia el palacio, llenísimo de gente (normal, es sábado), por lo que no podemos acercarnos para terminar de ver el cambio de guardia, aunque con lo que hemos visto hemos tenido suficiente para reírnos un rato. Así que seguimos nuestro camino para dirigirnos de nuevo hacia la zona del parlamento, atravesando otra vez el parque de St. James donde una ardilla casi me atraca (iba corriendo hacia mi mano hasta que se dio cuenta de que no llevaba nada de comida que darle). Vemos de nuevo y con más detenimiento la torre del parlamento volvemos a oír el Big Ben… y nos encontramos con un desfile de gaiteros al que siguen unos cuantos veteranos y veteranas de guerra (¡menudo fin de semana hemos elegido para venir a Londres!) por la noche vimos por la tele que, unas horas más tarde, estuvo uno de los hijos del Príncipe Tampax depositando una corona de flores en uno de los monumentos de la calle del parlamento.


Continuamos nuestro camino, esta vez en dirección del Lambeth Bridge, viendo el resto del parlamento y la Abadía de Westminster, a la que no entramos porque hay cola (y cuatro días no dan para hacer muchas colas). Tras cruzar el puente nos adentramos en un barrio bastante solitario y feo, hasta llegar al primero de los dos museos que queríamos ver en Londres: The Imperial War Museum, dedicado, como su nombre indica, a las guerras en las que han participado los Británicos (desde la Primera GM). Si los museos de Normandía me impresionaron, este me dejó con la boca abierta: aquellos no le llegan a este al tobillo: es bastante grande tiene un montón de objetos de unas cuantas guerras (aviones, artillería, carros de combate, minisubmarinos, exposiciones de la IGM, de la IIGM, de la Guerra Fría, los Servicios Secretos y las Fuerzas Especiales, otros conflictos del siglo XX, como Corea o la Guerra de Las Malvinas… la verdad, estos ingleses se meten en todos los charcos… Lo último que vimos fue una excelente exposición sobre el Holocausto (que es mostrado sin tapujos y tiene algunas imágenes bastante crudas).


La pega que le veo es que tarda demasiado en verse (hace falta al menos medio día para verlo mínimamente bien). Además, la estructura de las salas hizo que me perdiera en alguna ocasión y entrara dos veces a ver alguna de ellas.


Cansados después de estar todo el día caminando nos volvemos hacia el hotel, esta vez cruzando el puente de Waterloo, que tiene a ambos lados unas vistas muy chulas de la ciudad iluminada por la noche.


Nos pasamos por The Perseverante para cenar algo (esta noche llegamos a tiempo) y bebernos unas pintas. Mañana será otro día…


(Por cierto, hemos visto un huevo de españoles. No sé si será por la festividad de La Almudena, que este año cae en lunes, pero lo cierto es que estamos viendo a un montón de ellos, incluso en el hotel, sin ir más lejos, la pareja de la habitación de enfrente…).


El domingo 8 comienza como el día anterior, poniéndonos morados en el buffet del hotel. Y la visita del día… lo que llaman ‘La City’, el corazón financiero de la ciudad que fue además, el lugar donde inicialmente se desarrolló la ciudad de Londres. Comenzamos el camino hacia este pseudo distrito descubriendo nuevas calles residenciales, que en esta ocasión no nos dicen nada. Además de la tranquilidad de este tipo de vías hemos de tener en cuenta que es domingo, por lo que por algunos momentos vamos solos por la calle. Y esa sensación se acentuará más adelante, cuando nos adentremos en La City. Antes, cómo no, nos encontramos con el enésimo homenaje a veteranos de guerra del fin de semana en el cruce de Gray’s Inn con High Holborn, al lado de la estación de metro de Chancery Lane. De hecho hoy es el Remembrance Sunday, el día central de todas estas celebraciones. Tras ver desfilar un rato a los soldados (algunos de ellos ataviados con un delantal y un hacha, no quiero saber de qué regimiento son…) continuamos nuestro camino por el Viaducto de Holborn para terminar bajando por no sé qué calle hacia la Catedral de St. Paul (en la distancia su presencia es delatada por el repicar de sus campanas, avisando a sus fieles del inminente comienzo del servicio religioso). Desgraciadamente, y precisamente a causa de esta celebración, no pudimos ver la catedral como nos hubiera gustado, pues no se permitía el acceso a los turistas a la parte delantera de la catedral, donde sólo podían acceder los que acudían a la ‘misa’. Los turistas nos quedamos en la parte de atrás, contemplando de lejos el ábside y deleitándonos con su fantástico coro (cantaban de maravilla). Se supone que esta catedral es anglicana. Pues bien, como curiosidad, sabed que los anglicanos inician su celebración, igual que los católicos, persignándose.


Tras pasar unos minutos dentro y sin poder disfrutar como God manda del templo decidimos seguir nuestra excursión adentrándonos en La City. Por momentos la encontramos casi desierta, siendo domingo y viviendo en ella menos de nueve mil personas, el contraste para quien la conozca en su salsa ha de ser bestial si lo compara con un día laborable, por ejemplo, a la hora de la comida, en una zona en la que trabajan más de trescientas mil personas. En parte lo prefiero, supongo que me habría agobiado con tanto ajetreo tal como me pasa a veces en algunas calles de Madrid, así que para hacer de turista casi prefiero un día como hoy.




Tras pasear un buen rato por sus calles, donde se alternan modernos edificios de oficinas de vidrio y acero, con otros más clásicos de piedra, y tomarnos el capuchino de la mañana (haciendo un alto para descansar las piernas y dar rienda suelta a nuestras respectivas uretras), cruzamos el Puente de Londres, heredero del primer puente sobre el río Támesis (o Thames, como dicen ellos) de la ciudad (por supuesto del puente original, construido por los romanos en piedra, ya no queda nada). Continuamos nuestro paseo al otro lado del río. Por esta zona ya se ve muchísima más gente que en la zona de oficinas (incluso españoles, cómo no, gritando). Pasamos al lado del HMS Belfast (crucero británico que participó, entre otros, en el desembarco de Normandía y que ha pasado a ser, fondeado en el río, un museo flotante) y del Ayuntamiento y llegamos a la Torre Puente o al Puente Torre o como quieran estos bárbaros que se llame uno de los puentes más famosos del mundo y por el que cruzamos de nuevo a la ribera norte del río. Desgraciadamente está en obras, así que no podemos disfrutar por completo de él.


Iniciamos la vuelta. Lo primero que vemos es la ‘Torre de Londres’, que me apunto para visitar por dentro en otra ocasión. El resto del paseo, tranquilo y solitario (el otro lado del Támesis tenía muchos más paseantes… a pesar de que esta era la orilla soleada…). Terminamos adentrándonos de nuevo en la City, por Cannon Street (¿tendrá algo que ver el nombre de esta calle con la SGAE?), pasamos de nuevo por delante de St. Paul para terminar tomando una cerveza en un pub típico (me gustan estos establecimientos). Seguimos con nuestra caminata hasta llegar a Covent Garden, una zona bastante curiosa más o menos cercana a nuestro hotel a la que intentaremos volver mañana.


Lunes 9: El Museo Británico. Está muy bien surtido de todo tipo de objetos de numerosas culturas: el hecho de haber tenido la mejor marina del mundo durante unos cuantos siglos les capacitó para recorrer buena parte del planeta y así, entre guerras y colonias, iban expoliando todo lo que podían. El resultado: una colección impresionante. Nosotros nos centramos en ver Mesopotamia, Egipto, Grecia y Roma… y quedamos saturados. Normal, por otra parte, porque estuvimos dentro del museo más de cinco horas… Pasado ese tiempo salimos a comer algo… y a estirar las piernas un buen rato en el hotel, antes de bajar a dar una vuelta con más calma por la zona de Covent Garden que vimos ayer. Finalmente nos acercamos a The Perseverance para tomarnos las últimas pintas en Londres.










El martes 10, es el día para el que tenemos los billetes de vuelta, así que tras zamparnos el último buffet (mi colesterol me lo recordará de por vida, sabiendo lo rencoroso que es…) salimos a dar la última vuelta y compramos alguna chorradilla para los sobrinos y unos imanes para las neveras de los mayores, haciendo tiempo hasta la hora de partir hacia la estación. En esta ocasión no cogemos el Gatwick Express sino uno de los Southern Trains, que sale bastante más barato y no tarda demasiado.


Embarcamos, esta vez sin retraso, y volamos… con ganas de volver en cuanto podamos…



Cosas sobre los londinenses:

- los Boroughs, similares a nuestros distritos, tienen más entidad que, por ejemplo, en Madrid: en cada zona el mobiliario urbano es diferente y viene marcado con el nombre de su distrito (The City of London, The City of Westminster…).
- Las papeleras en algunas zonas brillan por su ausencia, aunque no por ello las calles están sucias (para variar, en esto nos dan millones de vueltas por ahí fuera).
- Se utiliza bastante la bicicleta, y se ven muchísimas bicis plegables, de esas que puedes llevar en el metro sin que abulten demasiado.
- Los semáforos de peatones son, generalmente, de los de ‘Peatón Pulse’. Eso sí, la gente o no pulsa el botón… o lo pulsa para cruzar en cuanto pueda, antes de que se ponga verde. Nosotros al principio esperábamos, pero ya sabes lo que dicen, ‘donde fueres…’. Eso sí, la luz verde no suele durar mucho así que o cruzas en rojo voluntariamente… o terminas cruzando en rojo si no te has dado vidilla suficiente.
- Acostumbrarse a que los coches te vengan por la derecha no es fácil: instintivamente te sale mirar hacia el lado correcto, así que terminas mirando para todas partes. Tiene que ser un ejercicio cojonudo para las cervicales…
- Sobre el té no puedo decir nada, porque el único que me tomé me lo preparé yo en la habitación del hotel. Pero el café… ¡ay el café…! ¡qué malo es! No me extraña que la bebida nacional sea el té, porque el café que hacen es más malo que Falconetti. Un aguachirri insoportable.



¿Cuándo volvemos?





Cinco días...

Es seis de noviembre de dos mil nueve, viernes, una fecha como otra cualquiera si no fuera porque hoy hace diez años que nos casamos. Y para celebrarlo nos vamos de viaje a Londres.


Fue precisamente entonces la última vez que volé. Y desde entonces las cosas han cambiado por culpa de unos descerebrados con turbante y barba. Hace diez años no tenías que quitarte el cinturón, ni el reloj, ni las botas, ni la chaqueta para poder pasar los controles de seguridad previos a la zona de embarque. Además, podías pasar líquidos. Lo que no recuerdo es si podías pasar con pistolas, ballestas, bombas… Hoy lo tienen prohibido. Pero las cosas ahora son así y no queda más remedio que despojarse de buena parte de las cosas que llevas encima para poder pasar sin pitar bajo el arco de seguridad. Y si pitas, como María José, enfrentarte a la mirada borde de la rubia (de bote) uniformada hastiada de cachear gente y repetir lo mismo una y otra vez (descálcese, abra los brazos…).


Afortunadamente no hay mucha gente (es lo que tiene madrugar, que ya lo decía mi padre sobre un tipo que se encontró un saco de trigo, aunque imagino que el que lo perdió madrugó más todavía), y no tardamos mucho en pasar el trámite de seguridad.


Pasado ese primer control accedemos a la zona de embarque tras enseñar nuestros DNI a dos policías vestidos de negro (no había visto a muchos con el uniforme nuevo, no es feo) metidos en sus garitas, y llegamos, por fin, a nuestra puerta de embarque, la diecinueve de la T1 (afortunadamente nuestro avión sale de la terminal vieja y fea y no tenemos que irnos al culo del mundo, bonito y moderno, pero culo al fin y al cabo, de la T4).


Aquí tenemos que pasar, en principio, una hora más de lo previsto porque nuestro avión, el que tiene que llevarnos a Londres, no ha llegado todavía (ya nos lo avisaron en el mostrador de facturación). Espero que sea sólo una hora, no sea que tengamos que terminar durmiendo en los incómodos bancos de la zona esta, que ya he visto unas cuantas personas acurrucadas de cualquier manera en algunos de ellos, vete tú a saber cuanto tiempo llevan aquí.


Está amaneciendo y desde el ventanal de la sala se ve la pista, con su trasiego diario de aviones que van y vienen, operarios del aeropuerto, camiones cisterna, portamaletas y demás. Choca en parte ver el ajetreo que se tienen ahí fuera en comparación con la tranquilidad que hay aquí dentro.


Por fin llegan el embarque y el despegue, algo que en Barajas lleva un buen rato circulando por pistas secundarias hasta llegar a la pista de despegue. Menos mal que el vuelo va a ser corto, porque el avión este que nos ha puesto Air-Europa tiene una distancia entre filas bastante reducida y no tengo dónde poner las piernas. Ya en la pista principal el avión coge velocidad, levanta el morro… y ya estamos volando. Esta vez consigo controlar la endolinfa de los canales semicirculares de mis oídos y apenas me mareo (recuerdo que la primera vez que volé me puse malo durante el despegue). El cielo está nublado, por lo que no podré ver el suelo o el mar durante el vuelo, una pena… de no ser por el maravilloso espectáculo que supone volar por encima de un mar de nubes. Pensaba que el algodón era una planta…


Cuando por fin llegamos a las Islas Británicas, la entrada desde el mar sobrevolando tantos campos de un verde tan intenso me hacen acordarme de Galicia o Asturias. Quizás Felipe II debería haberse planteado invadir a los ingleses por el aire: si bien su RAF nos habría dado igualmente para el pelo por lo menos los tripulantes de nuestras naves habrían disfrutado de una bonita panorámica.


Sin tardar mucho llegamos al aeropuerto de Gatwick. Aterrizamos y vamos por las pistas, despacito, hasta alcanzar la terminal… eso sí, esperaba yo que el avión siguiera a un coche guía amarillo con un letrero en el que pusiera eso de ‘FOLLOW ME’ conducido por un tal Francis Matthews… y va a ser que no, que no están aquí los de la BBC para recibirnos.


Lo primero que tienes que hacer para llegar a Londres desde este aeropuerto es coger el tren. Es una especie de cercanías que te dejará en la estación de Victoria. Para ello tienes dos opciones: tomar el tren que te lleva directamente (Gatwick Express) y por lo que te cobran la friolera de 16,90 libras o coger los Southern Trains, que te llevan a la misma estación tardando cinco minutos más por unas once libras y pico y haciendo unas cuatro paradas intermedias. La verdad es que merece la pena esta segunda opción (pagar más por sólo cinco minutos…). Otra opción es coger el autobús, pero no puedo contaros como va porque ni siquiera nos la planteamos (imagino que puede tardar bastante).


Ya en Victoria cogemos el metro para ir a la zona del hotel. Las taquillas tienen bastante cola, así que optamos por comprar el billete (de la zona 1) en las máquinas expendedoras (que puedes configurar fácilmente para que te den las indicaciones en castellano): ¡cuatro libras por trayecto! (Como no teníamos intención de montar en metro durante nuestra estancia no nos compramos ningún tipo de bono, pero cuatro libras el viaje sencillo nos pareció una pasada!).


El funcionamiento del metro es similar al de Madrid. Lo único que debes tener en cuenta es que las líneas pueden bifurcarse en el extrarradio, por lo que si viajas allí has de estar pendiente del cartel luminoso que lleva la máquina del convoy para saber si ese tren te interesa. Si te mueves por el centro no hay problema, ya que todos los trenes que pasen por tu andén te servirán para llegar a tu destino (al menos en nuestro caso, que, de utilizar el metro, lo habríamos hecho siempre en la zona 1).


Los letreros electrónicos de los andenes no sólo te indican hacia dónde se dirige el próximo tren, y el tiempo que falta para que llegue, sino que te dan además la misma información sobre el tren siguiente. Y la frecuencia de paso de los trenes, por lo menos a las horas a las que utilizamos nosotros el servicio a eso de las doce del mediodía, era impresionante (pasaban trenes casi constantemente). Aún así no puedo evitar acordarme de nuestra línea circular… porque hay una avería en la línea que debemos coger para ir al hotel. Afortunadamente los problemas se solucionan más o menos rápido, por lo que tras dejar pasar uno o dos trenes atestados de gente podemos seguir nuestro camino sin mayor problema.


Nos bajamos por fin en nuestra estación, Holborn, a cinco minutos de nuestro hotel (el Park Inn London, Russell Square Hotel), en la calle Southampton Row, muy cerquita del British Museum.


El hotel está bien, como todos no es para pasar allí el día completo, pero no está mal para descansar tras pasar el día ‘apateando la ciudad’. En la habitación tienen hasta un servicio de café-té, que te puedes hacer si te apetece (mediante un cacharro que te calienta el agua ¡a la velocidad del rayo!). Y una caja fuerte… ¡que no está anclada a la pared! y que, por tanto, decidimos no utilizar.


Tras subir la maleta y probar los sofás durante unos minutos, empezamos la caminata del día: nos vamos hacia la zona de Picadilly en busca del London Visitor Centre, en el número 1 de Regent Street, a ver si conseguimos información turística (que al final consistirá en un plano pequeño gratuito y uno grande por el que pagamos una libra).






(Unas cuantas horas más tarde…)



Estamos reventados. Picadilly Circus, Trafalgar, Pall Mall Street, Picadilly St., Hyde Park, Kensinton Rd., Nottin Hill Gate, Oxford Street… Hasta llegar aquí no solo nos hemos dejado las suelas de los zapatos sino que nos hemos sentido como Forrest Gump cuando contaba eso de que la lluvia en Vietnam caía en todas direcciones. A pesar de los abrigos (no impermeables, pero que aguantan bastante en condiciones normales) y el paraguas estamos calados, literalmente. Para colmo de males, intentar pasear por Oxfor Street un día de lluvia es complicado: entre la cantidad de gente que hay y los paraguas… tienes que armarte de paciencia.

Optamos por buscar un pub donde tomar la primera pinta del viaje: error, es viernes por la tarde y los pubs de la zona del Soho están llenitos de gente (y con el cansancio que tenemos y la chupa de agua que llevamos encima no nos apetece entrar a codazos en ningún sitio), por lo que decidimos volver a la habitación para poner los abrigos a secar y descansar un poco antes de intentar encontrar algún sitio menos lleno por la zona del hotel. Antes de llegar, pasando de nuevo por Oxfor St., terminamos de flipar al ver el acceso a la estación de Oxfor Circus: había tanta gente intentando coger el metro que la cola llegaba a la calle. Al principio pensamos que igual pasaba algo, pero la gente estaba muy tranquila y no se oían sirenas por ninguna parte, así que supusimos que era lo normal. Madre mía, la de horas de transporte público que deben chuparse los londinenses…


Tras descansar un rato en la habitación salimos buscando un pub que indicaba la guía de viaje que llevábamos. Se suponía que estaba en la Lamb’s Conduit Street, y suponemos que será cierto, pero no llegamos a comprobarlo porque, antes de llegar, encontramos en la misma calle The Perseverante, otro clásico pub con sitio dentro en el que nos metimos (y al que adoptamos como nuestro pub oficial en Londres), con un montón de grifos de cerveza y un encargado colombiano muy majete (Ernesto) con el que estuvimos charlando, eso sí, en castellano, la última noche. En los pubs londinenses puedes cenar (tienen cuatro cosas, pero en un momento dado no le haces ascos a unos nachos, una hamburguesa o un perrito, eso sí, en pan de chapata), pero esta noche se nos ha hecho tarde y la cocina está cerrada. Afortunadamente al lado del hotel hay un establecimiento estilo Seven Eleven en el que podemos comprar algún sándwich para cenar.


El día ha sido largo y, tras llegar al hotel, nos acostamos derrengados (mis piernas se habían olvidado ya de que existe la posición ‘tumbado’ y lo agradecen…).

Otra de la SGAE




Según cuentan en 20 Minutos la SGAE ha vuelto a hacer otra de las suyas. ¿O no?

Tal vez los estudiantes estos pretendían ganar dinero con la representación, cosa que en ningún momento nos dicen los del periódico. En ese caso vería justificado el cobro de derechos, si no... (y no sé lo que dirá la ley).

Y está bien, sí, muy bien que se recaude para el autor. A ver si alguien le encuentra y le puede dar su parte.


Por Dios, ¿cuando dejarán algunos de vivir del cuento... ajeno?
Otras locuras del tercero...
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