miércoles, 29 de septiembre de 2010

Periodismo subliminal




Supongo que será cuestión de estar muy atento, sólo así descubrimos perlas en las noticias que, por accidente o de manera intencionada, se cuelan en los telediarios.

Voy con otro recuerdo de hace mucho tiempo (puede que empiece a hacerme mayor...), no puedo decir que haya llovido mucho desde entonces porque España es un país que tiende a la sequía, lo que sí sé es que es de hace por lo menos quince... o mil años. Fue en Telemadrid, creo que en un Telenoticias, donde dieron la noticia del incendio en una vivienda habitada por chinos aquí en Madrid, quizás de Lapapiés, provocado por un cortocircuito en un calefactor eléctrico y en el que murió un niño. En principio no habría pasado de ser una noticia triste si no fuera porque el intrépido reportero que cubrió in situ el suceso no fue otro que Roberto Brasero.

Y claro, entonces tenía la mente algo más ágil que ahora y no pude evitar asociar inmediatamente el incendio, el calefactor eléctrico... y a Brasero. No sé si esto pasó desapercibido en la redacción del Telenoticias, pero  quizás deberían haber enviado a otro ese día a contarnos la tragedia desde el portal de la malograda vivienda. Por supuesto, a otro que no se apellidara Quemado, ni Comburente, ni Ignífugo ni nada por el estilo. Ni siquiera Ignacio...

Este recuerdo me vino a la cabeza cuando hace unos días salió en el Telediario de TVE una noticia sobre aguas en África, unas menos potables que otras, en la que hablaban sobre el cólera y sus consecuencias entre la población. De nuevo, si la noticia se hubiera quedado ahí no habría pasado de ser eso, una simple noticia de telediario. Pero si te fijas en el vídeo que la acompañaba (si no quieres verla entera fíjate en el segundo 54), al lorito con el fotograma que aparece: "Church of Uganda. Kagando Hospital". Tócate los huevos. ¿No podrían haber elegido un hospital con un nombre menos gráfico para hablar de diarreas?

Lamentablemente esta noticia también hablaba de muertes. Y, en este caso, de muchas, muchas, muchas...

lunes, 27 de septiembre de 2010

Ateísmo... ¡sindical!


  




Recuerdo de hace un porrón de años, en aquellos días en los que todavía creía que creía y andaba metido en la parroquia, que el párroco se enervaba con esta frase: “Creo en Dios, pero no en los curas”. Cada vez que salía el tema, bien en una catequesis, bien en una homilía, soltaba sapos y culebras al respecto. No podía concebir esa postura por parte de creyentes. Para él los sacerdotes eran imprescindibles para hacernos entender la fe, para ayudarnos a interpretar todos esos mensajes divinos. Imagino que uno de los frentes de batalla de Wojtila y Ratzinger en su lucha contra el relativismo moral es precisamente ese, dado que cada vez hay más gente que cree pero que no practica, que siente la presencia de alguien superior pero que no comulga con las teorías y, sobre todo, la praxis de la Iglesia Católica.

Tranquilos, que hoy no va de teología el tema. Pero no he podido evitar acordarme de esa frase estando a dos días de la famosa huelga general. “Creo en Dios pero no en los curas”. Que Méndez y Toxo me perdonen, pero mentando la huelga junto con la frasecita esta… ¿no se os viene a la cabeza algo así como “Creo en los derechos de los trabajadores, pero no en los sindicatos?”

Últimamente no se habla de otra cosa, en parte porque una huelga general es un tema serio, muy serio, en parte porque siempre hay alguien tocando los huevos por decreto (Esperanza, no pienses que se van a cumplir los servicios mínimos que has impuesto, tenemos todos muy reciente lo que pasó en el metro hace bien poquito) en parte porque la Santa Prensa tiene que comer y claro, es el tema de moda. Más allá de lo que nos digan en los medios, en las conversaciones de café, oigo constantemente la frasecita “Creo en los derechos de los trabajadores…”

Es curioso que casi todo el mundo con el que hablas está de acuerdo en que la reforma laboral que nos han impuesto es salvaje, que con ella vamos a perder muchos derechos a partir de ahora, y eso sin contar con las nuevas causas subjetivas que pueden plantear desde ya al juez las empresas para justificar un ERE. Y sin embargo el personal no está dispuesto a hacer huelga. Uno de los principales motivos que argumenta todo el mundo: que no se siente representado por los sindicatos. Pues tomen nota los de Comisiones y los de UGT, porque parece que el divorcio entre la sociedad ellos es más que evidente.

Si luego fracasa la huelga dirán que ellos no podían hacer más, que es culpa de la gente por haber ido a trabajar. Que si no protestamos por defender nuestros derechos ¿por qué vamos a protestar? Pensarán (no lo dirán porque es políticamente incorrecto) que tenemos lo que nos merecemos.

Hace unos días tuve una asamblea en mi empresa, convocada por los tres sindicatos con representación en ella (UGT, CCOO y CGT) en la que nos hablaron de la que se nos ha venido encima con la maldita reforma. Y sí, tienen razón, nos sobran los motivos para protestar aunque diga Zapatero que no va a dar marcha atrás. Pero cuando en el turno de preguntas más de uno les dijo ‘¿Y qué han hecho los sindicatos durante todo este tiempo?’ o ‘¿No eran suficientes cuatro millones de parados como para haberse movido antes, sin esperar a que hubiera una reforma como esta?’ los amigos se salieron por la tangente, casi indignados, diciendo que durante todo este tiempo han estado apoyando a los compañeros que llegaban con la carta de despido en la mano, que les han asesorado y ayudado a calcular el finiquito, etc. Vamos, que no sólo no reconocen que no han hecho nada sino que además nos intentaron tomar por tontos (esa labor de asesoramiento en las empresas es muy importante, pero ¿es eso luchar contra la precariedad laboral? ¿Es eso luchar contra el voraz desempleo que destruye cada vez más puestos de trabajo?).

Al final salí de la asamblea pensando que iba a hacer huelga (todo lo contrario que cuando entré). Pero que esta gente no se merece mi presencia en las manifestaciones del día 29.

Entre ese sentimiento y el mensaje colectivo y pesimista de ‘¿de qué nos sirve la huelga si la reforma ya está aprobada?’… Si a eso le sumamos que tal como está la situación laboral más de uno va a ir a trabajar estando de acuerdo con la huelga, por miedo a perder su puesto… me parece que lo del 29-S no tiene ningún futuro. Para alegría de Corbacho, Zapatero y Díaz Ferrán (al que, por cierto, le parece poco lo que nos están haciendo).

Así que creemos justa la huelga pero como todo el mundo dice que no vamos a conseguir nada no la hacemos. Nos estamos cargando el éxito de la huelga nosotros mismos. El enemigo no es el Gobierno ni la Patronal, somos nosotros. Ya nos lameremos las heridas cuando comprobemos que nos hemos quedado sin convenios colectivos. Y diremos, ‘que cabrón Zapatero, cómo nos la coló con la reforma…’

Yo no creo en Dios, pero tampoco lo niego. Creo muy poquito en los sindicatos. Pero el miércoles haré huelga, aunque no sirva de nada, aunque seamos poquitos. Yo pondré mi granito de arena. Y si nos quedamos en parque en lugar de en playa, que no sea por mi culpa.

Y por cierto: aunque la reforma esté ya aprobada se puede dar marcha atrás. Y si no, que le pregunten a Felipe González o a Aznar… Pero, para eso, hay que moverse.









miércoles, 22 de septiembre de 2010

Hipocresía catalana






Si hace unas semanas prohibían las corridas de toros argumentando que no era de recibo el sufrimiento animal, ahora van y protegen otros festejos con animalesHIPÓCRITAS



Al fInal va a tener razón Rajoy al decir que la prohibición de las corridas no era en favor de los animales sino contra las tradiciones españolas.




LA TORTURA NO ES CULTURA!

jueves, 16 de septiembre de 2010

Abuelos en huelga








Madre mía, qué blanditos son los de la UGT de Andalucía. ¡Sólo le piden a los abuelos que hagan huelga!


Pero si tenían que pedírselo a los policías, a los bomberos, al personal de las UCIs, al SAMUR...

martes, 14 de septiembre de 2010

Sádicos

Sádicos, un año después lo han vuelto a hacer.


Eso sí, si se trata de mantener las tradiciones, voto a favor: que se recupere el derecho de pernada y se empiece por Tordesillas. No veas cómo se iba a poner Su Majestad...



viernes, 10 de septiembre de 2010

Los videos chorras del día

Mirad que dos videos me he encontrado hoy:



El de la cascasandías:





Y el del portero más chulo del mundo...


jueves, 9 de septiembre de 2010

Lisboa (Três, e fim)

La mañana del día 4 la empleamos en ir a Belém. Cogimos para ello el tranvía 15 en la estación de tren de Cais do Sodré y, además de la marea humana que nos acompañaba, conocimos a los carteristas de esta línea, que operan con todo el descaro. Afortunadamente íbamos sobre aviso y salimos con nuestras pertenencias intactas. Si alguien lee esto y pretende ir a esa parte de la ciudad, que eche un vistazo al mapa de transportes de Lisboa. Hay varios autobuses que te dejan en la zona (28, 714, 727, 729 y 751), probablemente menos masificados que el eléctrico y tal vez con compañeros de viaje con las manos menos largas.

Por fin en Belém, lo primero que visitamos es la famosa torre, utilizada por los españoles como prisión durante el corto periodo de tiempo que compartimos reino con nuestros vecinos. La marabunta, para variar, nos impide disfrutar de la torre como es debido (el único acceso a la parte superior, que comprende cinco pisos, consiste en una escalera de caracol de piedra, estrecha como todas las de este tipo. Lo malo es que sirve al mismo tiempo para subir y bajar, y con todos los que éramos era complicado).

Tras subir, bajar y por el camino comentar con los españoles con los que te cruzabas las estrecheces que pasábamos, nos dirigimos al Monumento a los Descubrimientos, que nos limitamos a ver desde abajo (no creo que las vistas que ofrezca sean muy diferentes a las de la torre). Y tras este, nos dirigimos a ver el Claustro y la Iglesia de los Jerónimos, de obligada visita en Belém. Como diría Jezulín, en dos palabras, im-precionante. Merece la pena guardar la cola para entrar.

























Tras estar un buen rato dentro y hacerle fotos hasta a la última gárgola, buscamos un parquecillo con sombras donde descansar un rato antes de probar los famosos pasteles de crema. Y después… tras volver en el tranvía 15, de nuevo con los mismos carteristas de por la mañana, encontramos un barecillo chulo en la Rua Mal. Saldaña, en el Barrio Alto, donde tomamos algo antes de adentrarnos en el Chiado para buscar el café A Brasileira y bebernos un café sólo, rico, fuerte…

Después, tras tomarnos unos vinhos en la terraza del bar de la estación de Rossio, poco recomendable por la espera de siempre, terminamos cenando en la terraza del Panoramico, en la Calçada do Duque, encima de Rossio, y me gustó más que los restaurantes de las noches anteriores.



El día cinco dio para poco (compramos imanes para las neveras de toda la familia, montamos en el elevador de Santa Justa… y poco más, antes de ir al aeropuerto, esta vez con más tiempo que en la ida, por si las moscas…).


De estos días me quedo con los elevadores, las vistas desde cualquier parte alta de la ciudad (sobre todo las que hay desde el castillo de San Jorge, lo único que merece la pena del castillo), la cerveza Sagres, Chiado y el Barrio Alto, Sintra…

El hotel donde nos alojamos, Eduardo VII, está bien situado. No está en el mismo centro pero si no recuerdo mal estaba a tres paradas de metro de Restauradores, así que haceros una idea. La habitación no estaba mal, pero… durante los días que pasamos allí tuvimos que matar tres bichitos en el baño. Por otra parte, cuenta con tan solo dos ascensores, por lo que en hora punta (bufé del desayuno), para conseguir uno había que tener mucha suerte o esperar un buen rato. Pocos ascensores para un hotel de diez plantas…

Y lo más gracioso es que el botones tenía más de setenta años y padecía chiquitismo. Se empeñó en subir la maleta y daban ganas de coger la maleta con una mano y a él con la otra…

lunes, 6 de septiembre de 2010

Lisboa (dois)




Tras ir de un lado para otro conseguimos que pase el tiempo suficiente para que nos den por fin la habitación en el hotel. Dejamos en ella la maleta y salimos directos hacia Rossio para descubrir que esta estación de metro no tiene conexión con la de tren que lleva el mismo nombre, y si la tiene no la encontramos (por cierto, en el metro de Lisboa hay validar el billete también a la salida). Así que salimos a la calle, llegamos a la estación de los Comboios Portugueses y cogemos nuestro tren hacia Sintra.


Allí nos montamos en un autobús que hace el recorrido ‘da Pena’: centro de la villa, Castillo de los Moros, Palacio da Pena y vuelta al centro y a la estación. De Sintra me quedo con sus calles, con su Parque das Merendas, un parque-merendero bonito y tranquilo, al que se accede desde el pueblo y situado en la colina del castillo y del palacio, en el que puedes comer si te llevas la comida o si compras lo que sea en alguna tienda del pueblo. Nosotros lo descubrimos tarde, justo después de zamparnos un bacalao a braz que quitaba el hipo en uno de los restaurantes pequeñitos de una de las callejuelas.




El castillo no lo visitamos, queda para otra ocasión, igual que el Palacio Nacional. Pero el Palacio da Pena, con sus jardines justifican por si solos la excursión a la villa. Supongo que a más de uno le parecerá que está excesivamente recargado, y supongo que es así, pero me pareció sencillamente impresionante.






Y los jardines merecen una visita con más tiempo del que nosotros disponíamos, no queríamos pasar toda la tarde allí porque todavía nos esperaban unos vinhos verdes en Lisboa para despedir la tarde, antes de cenar en uno de los múltiples restaurantes para turistas de la Rua dos Correeiros, donde no se cena mal, pero que conviene evitar por la tarde-noche si no quieres que te acosen los camareros de todos ellos, con las cartas en la mano, da lo mismo si te ven decirle que no a los de todos los restaurantes anteriores, ellos lo intentan, es puro acoso y derribo.







Terminamos derrengados en el hotel, han pasado ya tantas horas desde que amanecimos y hemos pateado tanto que no podemos planificar el día siguiente, ni siquiera leer un ratillo antes de caer atrapados por la almohada.



Al día siguiente, tras ponernos morados, como no, en el bufé, salimos con la idea de ver ese pedazo de castillo que corona la ciudad, el Castillo de San Jorge. Antes de nada, exploramos las zonas de los elevadores, el da Glória, con su mirador, y el elevador do Lavra, que te deja cerca del Hospital de San José, en una zona que ofrece una tremenda sensación de abandono a tan solo trescientos metros de la plaza de Pedro IV. Supongo que es a esto a lo que se refiere mucha gente cuando habla de la decadencia lisboeta.



Seguimos después con la idea de dar un paseo en el tranvía 28 en dirección al castillo, o incluso adentrarnos más allá, perdernos por la Alfama. Pero, nuestro gozo en un pozo, ya para coger el tranvía tenemos mogollón y, por supuesto, cuando conseguimos subir a uno nos toca ir de pie y como sardinas en lata. Para variar, el mes de agosto está también de vacaciones con nosotros, con toda la gente que arrastra consigo, y el paseo placentero se convierte en un día vulgar en el transporte público de cualquier gran ciudad. Así que nos bajamos en la parada del castillo (que esperábamos encontrar a simple vista y no fue así, la línea del 28 no pasa al lado de la muralla, menos mal que el conductor voceó ‘¡Castelo!’, viendo a continuación cómo su tren urbano se vaciaba sin remedio).



Tras dar una vueltecilla por la zona y asomarnos al mirador de Santa Lucía, que está al lado de la parada, decidimos parar a tomar algo antes de empezar la visita a la fortaleza, lo que nos sirve para darnos cuenta de lo poco que importa en los bares lisboetas ofrecer lo que aquí llamaríamos un buen servicio. Da lo mismo que el bar esté vacío, si el camarero ha de tardar quince minutos en atenderte los tarda. Si te cansas antes y te levantas, allá tú. Probablemente termines en otro bar esperando otros quince minutos antes de que te atiendan. Así que paciencia. Nos tomamos nuestra Sagres, que con el calor que estábamos pasando nos supo a gloria, y tiramos para el castillo.





Allí, tras hacer cola para comprar la entrada accedemos por fin a ver lo que más me ha decepcionado en este viaje. La muralla es imponente, pero aparte de esta y de los muros del castillo, que abarcan un espacio considerable, no hay mucho más que ver. Una lástima. Eso sí, las vistas desde arriba son impresionantes.





Tras pasar un buen rato dentro terminamos saliendo para dar una vueltecilla intramuros por las callejuelas anexas, que serían un complemento perfecto al castillo si este fuera algo más que una muralla bien conservada.





Cuando por fin salimos nos dirigimos a la Sè, la catedral mini de la capital portuguesa. Y tras ver esta, nos dirigimos a la zona de Chiado, después de coger el elevador da Bica,  para tomarnos un par de cervezas en la cervecería Trinidade. Y después, a cenar, otra vez en la Rua dos Correeiros. Y a la cama…

(Por cierto, ya sé que el diseño de esta entrada no está muy allá, igual que cómo quedaron colocadas las fotos del anterior post de Lisboa, pero es que el editor este de Blogger empieza a tocarme los huevos y no me apetece perder más tiempo dejándolo bonito... )


viernes, 3 de septiembre de 2010

Stairway to Heaven

Dicen que el Papa les ha enviado unos rosarios a los mineros atrapados en esa mina de Chile. Tal vez el algún manual de los Jóvenes Castores vengan instrucciones para fabricarse una escalera hacia el cielo a partir de los rosarios...

Escalera que no les habría hecho falta si los propietarios de la mina hubieran instalado una en la chimenea que servía de escapatoria en caso de emergencia.




miércoles, 1 de septiembre de 2010

Lisboa (um)


¿Qué decir de Lisboa que no se haya dicho ya? ¿Qué contar de la ciudad del Tejo habiéndola descubierto en apenas tres días? Esto es lo que vimos desde el Tercero.

Salimos de Madrid el día dos de agosto tras un madrugón de esos que hacen que la fase REM de tu sueño siga activa al menos cuatro horas más, conscientes sólo de lo mínimo, con los sentidos activos lo justito para desayunar, ducharse sin frotar mucho, coger los bártulos y bajar a coger el taxi que habíamos citado a las cinco y media en la puerta de casa para que nos llevara a Barajas.

El taxista, atento él a nuestras caras de sueño, se empeñó en despertarnos a golpe de acelerador. Debido a la fecha y la hora nos encontramos con un Madrid casi vacío, por lo que se podía circular por la ciudad como si del Jarama se tratara. Así que, bien por despertarnos, bien por emular a Fernando Alonso, el taxi nos dejó en el aeropuerto casi antes de salir de casa, demostrando que el teletransporte es posible (viva el taxi de calidad…).

Si no habíamos abierto los ojos lo suficiente a la entrada de la T1, Easyjet nos tenía reservada la segunda sorpresa de la mañana: la cola que había en los mostradores de facturación era más larga que un día sin pan. No sé cuantos vuelos estaban facturando al mismo tiempo, lo que sí sé es que la encargada de nuestra ventanilla era más lenta que Eric Clapton. Uno elige la opción del checking online para no perder tiempo en el aeropuerto y se encuentra con una gestión caótica en el mismo. María José decía que no llegábamos al vuelo y yo no hacía más que decirle que sí, que no se preocupara, con la única convicción que me daba tener los billetes en la mano, como si esto fuera garantía de algo. Lo cierto es que al final logramos dejar la maleta, con sus pegatinas y todo, en la cinta de la señora Clapton y salimos volando hacia el control de seguridad. Llegamos a tiempo, y el resto del vuelo transcurrió sin nada con lo que no contara: el despegue, como siempre que vuelo, con mucha adrenalina hasta que el avión deja de retorcerse. Las vistas desde la ventanilla, impresionantes, me encantan esas vistas de un día despejado a no sé cuantos cientos de metros sobre el suelo. Y el aterrizaje, suave.


Ya en Lisboa, poca cosa: sablazo del taxista (viva el turismo) y llegada al hotel tempranísimo. Por supuesto,  a esas horas no podían darnos habitación, así que dejamos la maleta y salimos a pasear desde Marques de Pombal en dirección a Restauradores, en cuyo centro de información turística nos llenamos de mapas y compramos unas Lisboa Card para tres días que, si bien no sé si amortizamos al céntimo, creo que no nos salieron mucho más caras. La chica de información nos dijo que los lunes cierra casi todo lo turístico de Lisboa, así que decidimos iniciar nuestra incursión en Portugal desde Sintra.

Antes de ello, y para hacer tiempo, empezamos a dar los primeros paseos por el Chiado y la zona peatonal que desemboca en la Plaza del Comercio.
 



Y en esta descubrimos que el origen del nombre de la plaza se debe, sin duda, al comercio de hachís y marihuana que llevan con todo el descaro dos individuos a escasos cien metros de un par de policías que vigilan el tráfico y poco más (después comprobaríamos que el trapicheo continua en la Plaza de Pedro IV).                                                   
Otras locuras del tercero...
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