lunes, 31 de agosto de 2009

Día 5

Dejamos Auray y me quedo con la sensación de que es un sitio al que tengo que volver. Lo que no sé en ese momento es que esa misma sensación la voy a tener durante casi toda nuestra aventura bretona en casi todas las localidades que visitemos.

Camino de Brest hacemos una parada en Quimperlé (la chica del centro de información turística sabe castellano, y no va a ser la única que encontremos por las Galias con conocimiento de nuestor idioma) y visitamos su catedral, en la que destaca la cripta y una colección de custodias y cálices. Ya en nuestro recorrido por el pueblo somos atacados por un montón de hormigas voladoras (el día estaba como de tormenta), justo después de oír una sirena… ¿antiaérea? Unos minutos después, ya camino de la furgoneta para continuar nuestro camino, pasando bajo el campanario de la iglesia oímos de nuevo la sirena. Vete tú a saber si era el cambio de turno en alguna fábrica cercana, si se trataba un recuerdo de la 2ª GM o, simplemente, una alarma contra las hormigas voladoras…



Llegados a Brest descubrimos que es una ciudad feísima. No hay nada que la salve (por lo menos en la parte que vimos nosotros). Quizás su atractivo (morboso atractivo) radica en saber que fue totalmente arrasada durante la guerra. Y su reconstrucción no se preocupó de recuperar el aspecto original, dando paso a una ciudad más que fría. No merece la pena visitarla a excepción, quizás, de una fortaleza a la que no pudimos acceder por ser demasiado tarde.

Además de los souvenirs a los muertos de la guerra, me empiezan a llamar la atención los nombres de algunas calles por las que pasamos, ya sea en Brest o en otros lugares: “Avenue de la France Libre”, “Place de la Liberté”, “Avenue de la Libération”, “Avenue Franklin Roosevelt”, “Avenue des Français Libres”…

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