miércoles, 3 de febrero de 2010

...y cuatro noches.

A la mañana siguiente nos levantamos para ir a la zona de Westminster, no sin antes pasar por el comedor y meternos un pedazo de desayuno inglés de esos que quitan el hipo. Huevos fritos, patatas fritas, huevos revueltos (que llevaban algo extra, vete tú a saber si era nata o algo así, y estaban riquísimos), algo a lo que llamaban jamón y que parecía beicon frito, una especie de empanadillas de algo verde, la verdad, algo grasientas, champiñones, judías (o beans, como las llaman ellos, con una pinta estupenda y que me quedé con ganas de probarlas, pero claro, cualquiera se mete un plato de alubias a las ocho de la mañana y pretende salir a patear Londres sin contar con los efectos colaterales de las susodichas, que no solo incluyen en su repertorio el trombón mayor de la filarmónica de la ciudad…), y unas salchichas blancas ligeramente picantes espectaculares. Todo esto además de algo de queso, jamón York, cereales, bollería, tostadas, zumo, café, té… hasta Nutella tenían. Así que viendo todo eso uno no puede evitar acordarse de Nacho: en Francia nos poníamos morados, pero a base del tradicional desayuno continental. ¡Con este habría flipado!


Con la barriga llena nos ponemos en marcha. No sé a cuento de qué, pero me viene a la cabeza una serie de televisión con la que me partía de risa cuando tenía unos doce años que iba sobre un tipo esperpéntico llamado Reginald Perrin. Debí ver alguna alusión a Reggy Perrin y lo anoté en mi cuaderno, aunque en el momento de pasar estas notas no recuerdo qué fue en concreto. En cualquier caso, a ver si me acuerdo de buscar esa serie en internet (que en inglés era 'The fall and raise of Reginald Perrin').


Camino de nuestro destino de hoy pasamos por Parliament Street, que a poco inglés que sepas te puedes hacer una idea de a dónde conduce. Durante el paseo vemos los preparativos de un evento que están organizando (hay vallas en las aceras, los edificios están decorados y están instalando cámaras de televisión). Continuando hacia el parlamento pasamos por delante de la Guards House, con sus guardias a caballo, y de la famosa Downing Street (cerrada a cal y canto a día de hoy). Como si nos hubiéramos coordinado, cuando estamos a un paso de la torre de San Esteban oímos repicar al Big Ben (María José no se enteró, se lo tuve que decir yo…).


Continuamos hacia Buckingham Palace, donde queremos llegar a tiempo para presenciar el famoso cambio de guardia. Para ello nos dirigimos hacia la residencia de Su Majestad bordeando St. Jame’s Park, un parque plagado de pájaros de varios tipos, palomas… y ardillas. Estas son la caña, están tan acostumbradas a la gente que casi les falta decirte ‘ay, payo, dame argo’, pero in english.


De camino al palacio oímos, en la acera de enfrente, tambores y gaitas al lado de unos soldados que están formando, así que decidimos cruzar para ver de qué se trata… lo que supusimos que era el inicio del cambio de guardia en el Guards Museum (una ceremonia de la que había oído hablar toda la vida y que me pareció bastante ridícula), y que finaliza en el propio palacio (la policía corta y tráfico para permitir a los soldaditos desfilar hasta el mismo).


Seguimos a la comitiva hacia el palacio, llenísimo de gente (normal, es sábado), por lo que no podemos acercarnos para terminar de ver el cambio de guardia, aunque con lo que hemos visto hemos tenido suficiente para reírnos un rato. Así que seguimos nuestro camino para dirigirnos de nuevo hacia la zona del parlamento, atravesando otra vez el parque de St. James donde una ardilla casi me atraca (iba corriendo hacia mi mano hasta que se dio cuenta de que no llevaba nada de comida que darle). Vemos de nuevo y con más detenimiento la torre del parlamento volvemos a oír el Big Ben… y nos encontramos con un desfile de gaiteros al que siguen unos cuantos veteranos y veteranas de guerra (¡menudo fin de semana hemos elegido para venir a Londres!) por la noche vimos por la tele que, unas horas más tarde, estuvo uno de los hijos del Príncipe Tampax depositando una corona de flores en uno de los monumentos de la calle del parlamento.


Continuamos nuestro camino, esta vez en dirección del Lambeth Bridge, viendo el resto del parlamento y la Abadía de Westminster, a la que no entramos porque hay cola (y cuatro días no dan para hacer muchas colas). Tras cruzar el puente nos adentramos en un barrio bastante solitario y feo, hasta llegar al primero de los dos museos que queríamos ver en Londres: The Imperial War Museum, dedicado, como su nombre indica, a las guerras en las que han participado los Británicos (desde la Primera GM). Si los museos de Normandía me impresionaron, este me dejó con la boca abierta: aquellos no le llegan a este al tobillo: es bastante grande tiene un montón de objetos de unas cuantas guerras (aviones, artillería, carros de combate, minisubmarinos, exposiciones de la IGM, de la IIGM, de la Guerra Fría, los Servicios Secretos y las Fuerzas Especiales, otros conflictos del siglo XX, como Corea o la Guerra de Las Malvinas… la verdad, estos ingleses se meten en todos los charcos… Lo último que vimos fue una excelente exposición sobre el Holocausto (que es mostrado sin tapujos y tiene algunas imágenes bastante crudas).


La pega que le veo es que tarda demasiado en verse (hace falta al menos medio día para verlo mínimamente bien). Además, la estructura de las salas hizo que me perdiera en alguna ocasión y entrara dos veces a ver alguna de ellas.


Cansados después de estar todo el día caminando nos volvemos hacia el hotel, esta vez cruzando el puente de Waterloo, que tiene a ambos lados unas vistas muy chulas de la ciudad iluminada por la noche.


Nos pasamos por The Perseverante para cenar algo (esta noche llegamos a tiempo) y bebernos unas pintas. Mañana será otro día…


(Por cierto, hemos visto un huevo de españoles. No sé si será por la festividad de La Almudena, que este año cae en lunes, pero lo cierto es que estamos viendo a un montón de ellos, incluso en el hotel, sin ir más lejos, la pareja de la habitación de enfrente…).


El domingo 8 comienza como el día anterior, poniéndonos morados en el buffet del hotel. Y la visita del día… lo que llaman ‘La City’, el corazón financiero de la ciudad que fue además, el lugar donde inicialmente se desarrolló la ciudad de Londres. Comenzamos el camino hacia este pseudo distrito descubriendo nuevas calles residenciales, que en esta ocasión no nos dicen nada. Además de la tranquilidad de este tipo de vías hemos de tener en cuenta que es domingo, por lo que por algunos momentos vamos solos por la calle. Y esa sensación se acentuará más adelante, cuando nos adentremos en La City. Antes, cómo no, nos encontramos con el enésimo homenaje a veteranos de guerra del fin de semana en el cruce de Gray’s Inn con High Holborn, al lado de la estación de metro de Chancery Lane. De hecho hoy es el Remembrance Sunday, el día central de todas estas celebraciones. Tras ver desfilar un rato a los soldados (algunos de ellos ataviados con un delantal y un hacha, no quiero saber de qué regimiento son…) continuamos nuestro camino por el Viaducto de Holborn para terminar bajando por no sé qué calle hacia la Catedral de St. Paul (en la distancia su presencia es delatada por el repicar de sus campanas, avisando a sus fieles del inminente comienzo del servicio religioso). Desgraciadamente, y precisamente a causa de esta celebración, no pudimos ver la catedral como nos hubiera gustado, pues no se permitía el acceso a los turistas a la parte delantera de la catedral, donde sólo podían acceder los que acudían a la ‘misa’. Los turistas nos quedamos en la parte de atrás, contemplando de lejos el ábside y deleitándonos con su fantástico coro (cantaban de maravilla). Se supone que esta catedral es anglicana. Pues bien, como curiosidad, sabed que los anglicanos inician su celebración, igual que los católicos, persignándose.


Tras pasar unos minutos dentro y sin poder disfrutar como God manda del templo decidimos seguir nuestra excursión adentrándonos en La City. Por momentos la encontramos casi desierta, siendo domingo y viviendo en ella menos de nueve mil personas, el contraste para quien la conozca en su salsa ha de ser bestial si lo compara con un día laborable, por ejemplo, a la hora de la comida, en una zona en la que trabajan más de trescientas mil personas. En parte lo prefiero, supongo que me habría agobiado con tanto ajetreo tal como me pasa a veces en algunas calles de Madrid, así que para hacer de turista casi prefiero un día como hoy.




Tras pasear un buen rato por sus calles, donde se alternan modernos edificios de oficinas de vidrio y acero, con otros más clásicos de piedra, y tomarnos el capuchino de la mañana (haciendo un alto para descansar las piernas y dar rienda suelta a nuestras respectivas uretras), cruzamos el Puente de Londres, heredero del primer puente sobre el río Támesis (o Thames, como dicen ellos) de la ciudad (por supuesto del puente original, construido por los romanos en piedra, ya no queda nada). Continuamos nuestro paseo al otro lado del río. Por esta zona ya se ve muchísima más gente que en la zona de oficinas (incluso españoles, cómo no, gritando). Pasamos al lado del HMS Belfast (crucero británico que participó, entre otros, en el desembarco de Normandía y que ha pasado a ser, fondeado en el río, un museo flotante) y del Ayuntamiento y llegamos a la Torre Puente o al Puente Torre o como quieran estos bárbaros que se llame uno de los puentes más famosos del mundo y por el que cruzamos de nuevo a la ribera norte del río. Desgraciadamente está en obras, así que no podemos disfrutar por completo de él.


Iniciamos la vuelta. Lo primero que vemos es la ‘Torre de Londres’, que me apunto para visitar por dentro en otra ocasión. El resto del paseo, tranquilo y solitario (el otro lado del Támesis tenía muchos más paseantes… a pesar de que esta era la orilla soleada…). Terminamos adentrándonos de nuevo en la City, por Cannon Street (¿tendrá algo que ver el nombre de esta calle con la SGAE?), pasamos de nuevo por delante de St. Paul para terminar tomando una cerveza en un pub típico (me gustan estos establecimientos). Seguimos con nuestra caminata hasta llegar a Covent Garden, una zona bastante curiosa más o menos cercana a nuestro hotel a la que intentaremos volver mañana.


Lunes 9: El Museo Británico. Está muy bien surtido de todo tipo de objetos de numerosas culturas: el hecho de haber tenido la mejor marina del mundo durante unos cuantos siglos les capacitó para recorrer buena parte del planeta y así, entre guerras y colonias, iban expoliando todo lo que podían. El resultado: una colección impresionante. Nosotros nos centramos en ver Mesopotamia, Egipto, Grecia y Roma… y quedamos saturados. Normal, por otra parte, porque estuvimos dentro del museo más de cinco horas… Pasado ese tiempo salimos a comer algo… y a estirar las piernas un buen rato en el hotel, antes de bajar a dar una vuelta con más calma por la zona de Covent Garden que vimos ayer. Finalmente nos acercamos a The Perseverance para tomarnos las últimas pintas en Londres.










El martes 10, es el día para el que tenemos los billetes de vuelta, así que tras zamparnos el último buffet (mi colesterol me lo recordará de por vida, sabiendo lo rencoroso que es…) salimos a dar la última vuelta y compramos alguna chorradilla para los sobrinos y unos imanes para las neveras de los mayores, haciendo tiempo hasta la hora de partir hacia la estación. En esta ocasión no cogemos el Gatwick Express sino uno de los Southern Trains, que sale bastante más barato y no tarda demasiado.


Embarcamos, esta vez sin retraso, y volamos… con ganas de volver en cuanto podamos…



Cosas sobre los londinenses:

- los Boroughs, similares a nuestros distritos, tienen más entidad que, por ejemplo, en Madrid: en cada zona el mobiliario urbano es diferente y viene marcado con el nombre de su distrito (The City of London, The City of Westminster…).
- Las papeleras en algunas zonas brillan por su ausencia, aunque no por ello las calles están sucias (para variar, en esto nos dan millones de vueltas por ahí fuera).
- Se utiliza bastante la bicicleta, y se ven muchísimas bicis plegables, de esas que puedes llevar en el metro sin que abulten demasiado.
- Los semáforos de peatones son, generalmente, de los de ‘Peatón Pulse’. Eso sí, la gente o no pulsa el botón… o lo pulsa para cruzar en cuanto pueda, antes de que se ponga verde. Nosotros al principio esperábamos, pero ya sabes lo que dicen, ‘donde fueres…’. Eso sí, la luz verde no suele durar mucho así que o cruzas en rojo voluntariamente… o terminas cruzando en rojo si no te has dado vidilla suficiente.
- Acostumbrarse a que los coches te vengan por la derecha no es fácil: instintivamente te sale mirar hacia el lado correcto, así que terminas mirando para todas partes. Tiene que ser un ejercicio cojonudo para las cervicales…
- Sobre el té no puedo decir nada, porque el único que me tomé me lo preparé yo en la habitación del hotel. Pero el café… ¡ay el café…! ¡qué malo es! No me extraña que la bebida nacional sea el té, porque el café que hacen es más malo que Falconetti. Un aguachirri insoportable.



¿Cuándo volvemos?





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