sábado, 17 de octubre de 2009

Cumpleaños feliz...




…te deseeeeaaaamooostooodoooooossss…



Noventa añitos. El Metro de Madrid cumple hoy noventa añitos. Noventa añitos de apretones, malos olores, averías, carteristas, huelgas, atracos y violaciones en estaciones solitarias, imbéciles fumando allá donde está prohibido, más averías, vigilantes más chulos que un ocho, reducción de personal, cierres de taquillas, embarazadas y personas mayores viajando de pie porque nadie les cede el asiento, largas esperas a partir de ciertas horas, chavales haciendo botellón, el metro se ha vuelto a estropear, basura por todas partes, José Luis conduciendo, algún que otro accidente (esto no lo digo por José Luis), viejas corriendo por el andén y entrando a empujones que luego te miran exigiéndote el asiento (a esas soy el primero en no cedérselo), mucha gente maleducada que se planta delante de las puertas de los vagones pretendiendo entrar antes de que tú salgas (me encanta llevármelos por delante, es la única ventaja de pesar más de cien kilos), culos sobados (y tetas también…).

Sí, en esos noventa años hemos padecido todo eso, y en los noventa que vienen padeceremos más de lo mismo (aunque espero bajar de cien kilos alguna vez). Pero el metro es el metro, el segundo Madrid, ese Madrid que hace posible el otro Madrid. Si no fuera por él, la cuidad sería más insufrible, por ejemplo, en horas punta. Con todas sus carencias tenemos un metro bastante potable. Sí, es verdad que necesita más trenes (a veces viajamos en él como si fuéramos ganado) con menores tiempos de espera entre unos y otros, que su mantenimiento deja a veces mucho que desear (la Línea Circular se estropea cada dos por tres, ya veremos que pasa a partir de ahora con las obras que han hecho este verano), pero tenemos una red de metro cojonuda, tanto que ahora ya se sale de la capital para comunicarla con localidades próximas, y que la convierte, para mi, en la mejor manera de moverte por Madrid.

Me encanta el metro desde pequeño, obviamente no he compartido con él sus noventa años pero a mis treinta y seis castañas sigue siendo mi transporte favorito (odio el autobús, el tráfico lo anula como alternativa, y los taxis, madre mía, los taxis son carísimos. Y más que los quieren subir. Prepárate, María José, que a partir de ahora los vamos a coger poco, muy poco, para volver de marcha los fines de semana por la noche).

De estos años recuerdo muchas cosas (y otras que me han contado), como que antes había personal encargado de abrir y cerrar las puertas (el conductor se encargaba sólo de conducir, y su compañero tenía unos controles en el primer vagón con los que abría y cerraba las puertas del convoy), los trenes viejos con asientos de madera, que hacían un ruido tremendo y llevaban ventanillas abiertas, por lo que el ruido era aún mayor (posteriormente a estos les pusieron asientos de algún material sintético, vamos, de plástico duro, pero los vagones seguían siendo viejos de cojones y ruidosos como ellos solos), recuerdo el pestazo que había siempre a la altura de una estación, no recuerdo si era por la zona de Puerta de Toledo, y la Línea 5, la famosa Línea 5 que ha sido durante muchos años la asignatura pendiente del suburbano y que ya no utilizo, pero que hace pocos años tenía todavía los trenes más viejos (de esos que hacían tanto ruido). Afortunadamente ya los retiraron.

Recuerdo que una vez Eva, en la estación de Aluche, tenía la mano apoyada en el extremo en la puerta cuando esta se abrió, lo que hizo que se le deslizara el dedo con ella y se le quedara enganchado y no pudiera sacarlo. Afortunadamente el personal de la estación se dio cuenta y le dieron tiempo suficiente a mi madre para poder ayudarla y que la cosa no fuera a mayores.

Y Esther me contó que una vez, siendo ella bebé, se estropeó el tren entre Lago y Príncipe Pío, ese trayecto eterno. Les evacuaron a través de los túneles, así que me veo a la pobre Marili llevando a los tres niños como podía hasta llegar a la siguiente estación. Toda una aventura…

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