jueves, 9 de septiembre de 2010

Lisboa (Três, e fim)

La mañana del día 4 la empleamos en ir a Belém. Cogimos para ello el tranvía 15 en la estación de tren de Cais do Sodré y, además de la marea humana que nos acompañaba, conocimos a los carteristas de esta línea, que operan con todo el descaro. Afortunadamente íbamos sobre aviso y salimos con nuestras pertenencias intactas. Si alguien lee esto y pretende ir a esa parte de la ciudad, que eche un vistazo al mapa de transportes de Lisboa. Hay varios autobuses que te dejan en la zona (28, 714, 727, 729 y 751), probablemente menos masificados que el eléctrico y tal vez con compañeros de viaje con las manos menos largas.

Por fin en Belém, lo primero que visitamos es la famosa torre, utilizada por los españoles como prisión durante el corto periodo de tiempo que compartimos reino con nuestros vecinos. La marabunta, para variar, nos impide disfrutar de la torre como es debido (el único acceso a la parte superior, que comprende cinco pisos, consiste en una escalera de caracol de piedra, estrecha como todas las de este tipo. Lo malo es que sirve al mismo tiempo para subir y bajar, y con todos los que éramos era complicado).

Tras subir, bajar y por el camino comentar con los españoles con los que te cruzabas las estrecheces que pasábamos, nos dirigimos al Monumento a los Descubrimientos, que nos limitamos a ver desde abajo (no creo que las vistas que ofrezca sean muy diferentes a las de la torre). Y tras este, nos dirigimos a ver el Claustro y la Iglesia de los Jerónimos, de obligada visita en Belém. Como diría Jezulín, en dos palabras, im-precionante. Merece la pena guardar la cola para entrar.

























Tras estar un buen rato dentro y hacerle fotos hasta a la última gárgola, buscamos un parquecillo con sombras donde descansar un rato antes de probar los famosos pasteles de crema. Y después… tras volver en el tranvía 15, de nuevo con los mismos carteristas de por la mañana, encontramos un barecillo chulo en la Rua Mal. Saldaña, en el Barrio Alto, donde tomamos algo antes de adentrarnos en el Chiado para buscar el café A Brasileira y bebernos un café sólo, rico, fuerte…

Después, tras tomarnos unos vinhos en la terraza del bar de la estación de Rossio, poco recomendable por la espera de siempre, terminamos cenando en la terraza del Panoramico, en la Calçada do Duque, encima de Rossio, y me gustó más que los restaurantes de las noches anteriores.



El día cinco dio para poco (compramos imanes para las neveras de toda la familia, montamos en el elevador de Santa Justa… y poco más, antes de ir al aeropuerto, esta vez con más tiempo que en la ida, por si las moscas…).


De estos días me quedo con los elevadores, las vistas desde cualquier parte alta de la ciudad (sobre todo las que hay desde el castillo de San Jorge, lo único que merece la pena del castillo), la cerveza Sagres, Chiado y el Barrio Alto, Sintra…

El hotel donde nos alojamos, Eduardo VII, está bien situado. No está en el mismo centro pero si no recuerdo mal estaba a tres paradas de metro de Restauradores, así que haceros una idea. La habitación no estaba mal, pero… durante los días que pasamos allí tuvimos que matar tres bichitos en el baño. Por otra parte, cuenta con tan solo dos ascensores, por lo que en hora punta (bufé del desayuno), para conseguir uno había que tener mucha suerte o esperar un buen rato. Pocos ascensores para un hotel de diez plantas…

Y lo más gracioso es que el botones tenía más de setenta años y padecía chiquitismo. Se empeñó en subir la maleta y daban ganas de coger la maleta con una mano y a él con la otra…

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