miércoles, 1 de septiembre de 2010

Lisboa (um)


¿Qué decir de Lisboa que no se haya dicho ya? ¿Qué contar de la ciudad del Tejo habiéndola descubierto en apenas tres días? Esto es lo que vimos desde el Tercero.

Salimos de Madrid el día dos de agosto tras un madrugón de esos que hacen que la fase REM de tu sueño siga activa al menos cuatro horas más, conscientes sólo de lo mínimo, con los sentidos activos lo justito para desayunar, ducharse sin frotar mucho, coger los bártulos y bajar a coger el taxi que habíamos citado a las cinco y media en la puerta de casa para que nos llevara a Barajas.

El taxista, atento él a nuestras caras de sueño, se empeñó en despertarnos a golpe de acelerador. Debido a la fecha y la hora nos encontramos con un Madrid casi vacío, por lo que se podía circular por la ciudad como si del Jarama se tratara. Así que, bien por despertarnos, bien por emular a Fernando Alonso, el taxi nos dejó en el aeropuerto casi antes de salir de casa, demostrando que el teletransporte es posible (viva el taxi de calidad…).

Si no habíamos abierto los ojos lo suficiente a la entrada de la T1, Easyjet nos tenía reservada la segunda sorpresa de la mañana: la cola que había en los mostradores de facturación era más larga que un día sin pan. No sé cuantos vuelos estaban facturando al mismo tiempo, lo que sí sé es que la encargada de nuestra ventanilla era más lenta que Eric Clapton. Uno elige la opción del checking online para no perder tiempo en el aeropuerto y se encuentra con una gestión caótica en el mismo. María José decía que no llegábamos al vuelo y yo no hacía más que decirle que sí, que no se preocupara, con la única convicción que me daba tener los billetes en la mano, como si esto fuera garantía de algo. Lo cierto es que al final logramos dejar la maleta, con sus pegatinas y todo, en la cinta de la señora Clapton y salimos volando hacia el control de seguridad. Llegamos a tiempo, y el resto del vuelo transcurrió sin nada con lo que no contara: el despegue, como siempre que vuelo, con mucha adrenalina hasta que el avión deja de retorcerse. Las vistas desde la ventanilla, impresionantes, me encantan esas vistas de un día despejado a no sé cuantos cientos de metros sobre el suelo. Y el aterrizaje, suave.


Ya en Lisboa, poca cosa: sablazo del taxista (viva el turismo) y llegada al hotel tempranísimo. Por supuesto,  a esas horas no podían darnos habitación, así que dejamos la maleta y salimos a pasear desde Marques de Pombal en dirección a Restauradores, en cuyo centro de información turística nos llenamos de mapas y compramos unas Lisboa Card para tres días que, si bien no sé si amortizamos al céntimo, creo que no nos salieron mucho más caras. La chica de información nos dijo que los lunes cierra casi todo lo turístico de Lisboa, así que decidimos iniciar nuestra incursión en Portugal desde Sintra.

Antes de ello, y para hacer tiempo, empezamos a dar los primeros paseos por el Chiado y la zona peatonal que desemboca en la Plaza del Comercio.
 



Y en esta descubrimos que el origen del nombre de la plaza se debe, sin duda, al comercio de hachís y marihuana que llevan con todo el descaro dos individuos a escasos cien metros de un par de policías que vigilan el tráfico y poco más (después comprobaríamos que el trapicheo continua en la Plaza de Pedro IV).                                                   

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